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sábado, 26 de diciembre de 2020

BOOK TRAILER
CAÍNA LIBERTAD INSPIRADORA Y REFLEXIVA
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                                El nacimiento de Caína 
                                                I    
 
Caína nació una noche oscura y borrascosa a los pies de un tepuy, en un poblado llamado Kavec1. El viento batía las palmeras y echaba al suelo las ramas más frágiles de los árboles. A intervalos, cuando arreciaba la tormenta, parecía que la borrasca iba a arrancar los techos de las chozas, el maizal, los pastizales. Fue en medio de aquella ventisca que Maya comenzó a sentir los dolores de parto. Al principio como un dolor ligero de vientre, después como si los huesos del sacro buscaran abrirse. Atacada por dolores cada vez más acentuados, yendo de un lado a otro de la
 
1 Alusivo a un poblado pemón llamado Kavac.
recámara de barro macizo, Maya anunció a su marido, el Gran Barrikä. —Es hora —dijo la mujer con voz entrecortada—. Creo que hoy nace esta creatura. El hombre observó a su esposa, pero en realidad lo abstraían muchos pensamientos. Tras nueve meses de expectación, por fin vería el rostro de su unigénito. «Se llamará Yesec —dijo en voz baja—, como se llama en mi pueblo a un amigo. Su nombre será conocido por todas las comarcas. Será fuerte, imbatible. Defenderá nuestras tierras, vigilará la pureza de nuestra sangre y nuestras costumbres». Todo esto decía el Gran Barrikä como para sí mismo, como si rezara el futuro de su heredero. Su rostro descansaba sobre cierta dulce severidad. Sin embargo, Maya sabía lo que traía en su vientre, tenía consciencia de que los planes de su marido no saldrían exactamente como lo deseaba. Desde hace meses ha visto en sueños todo lo que
vendrá. Ha visitado otro tiempo y otra gente.  Maya caminó lentamente hacia la ventana de la recámara, vio las enormes gotas de lluvia bañando la tierra, el constante resplandor de los truenos que alumbraba la sabana y a lo lejos, metido entre las arboledas más tupidas, la corriente del río. A su perfil lo contorneaba el dolor, opacaba la ternura de sus ojos grandes y negros. Su cuerpo ancho se había preparado para el parto. Cada vez se le hacía más difícil respirar; la frescura de la lluvia solo empeoraba el calor que de pronto le agobiaba. Mechones de pelo se pegaban a sus sienes y mordía su boca carnosa hasta que pasaban las contracciones. —De mi cuerpo saldrá una hembra —musitó Maya—. Se llamará Caína Libertad. Este nombre se parece a su destino. Su marido no la escuchó, atento como estaba a sus ensoñaciones.  Cada uno elevaba mantras para el
nacimiento. Cantos interiores se reflejaban en sus rostros esperanzados. El Gran Barrikä imaginaba un futuro cacique; y Maya, como ya había sido advertida, veía en su hija una mujer de notable belleza y virtudes que representaría la unión de su pueblo con Dios.  En nueve meses de gestación tuvo tiempo de presentir lo que vendría para la hija que estaba por nacer, asaltada por grandes revelaciones en la misma cama donde daría a luz. —Lo tendrá todo —pensaba el Gran Barrikä. —Te llamarán la más hermosa —pensaba Maya.  Los intervalos entre puntada y puntada la dejaban exhausta. No quiso explicar al marido lo que había visto, el futuro de su hija develando un destino difícil de comprender y de narrar. «Tus hijos se expandirán por toda la Tierra —murmuró—». ¿Qué había visto Maya en sueños? ¿Acaso eran mensajeros de Dios preparándola para lo que
vendría? Escenas confusas y cruentas en la que sus nietos se mezclaban con otros pueblos y muchos de ellos se rebelaban y luchaban por su libertad. ¿Qué significaban aquellas imágenes que se repitieron cada noche sobre la cama donde despertaba sudorosa y angustiada?  Caminó hasta la cama. Sentada allí, los dolores se mezclaban con aquellas escenas confusas en las que sus nietos menores luchaban contra fuerzas poderosas. Llevó una mano a su corazón: «Muchos de tus hijos serán encarcelados», dijo, como si de alguna manera la niña que pronto nacería pudiera escucharla. «A otros los matarán. Tus mujeres serán violadas. Tu pueblo perecerá y solo la reconciliación con Dios podrá salvarlos». Saber lo que vendría para su hija la atormentaba. Pero ella quería nacer. Escribir su historia.  Maya tomó su barriga abultada con ambas
manos, ya la creatura se había hincado en la parte baja del vientre: «Hija mía —dijo en susurros—: tu gran debilidad será tu corazón. Por amor entregarás tus riquezas. Revelarás tus grandes secretos. Darás origen a la mezcla de otros pueblos, otras creencias. Te olvidarás de tu Dios y pactarás con otros dioses. Traerás como consecuencia tu esclavitud. Pero solo conseguirás tu libertad cuando despiertes y reconozcas que existe solo un Dios verdadero. Tu nombre será grabado en aquella gran montaña donde tu hermosa cabellera descenderá en forma de agua, y aquel que  llegue a la cima gritará por todo el mundo tu nombre».
 
"Guardaos, pues, de olvidar la alianza que Yahveh vuestro Dios ha pactado con vosotros, y de haceros alguna escultura o representación de todo lo que Yahveh tu Dios te ha prohibido