Son las ocho de
la mañana, llego apurada al aeropuerto, detrás de mí el adiós de los míos a
los que ayer abracé, con quienes reí y juntos hicimos una oración. Ayer comí en
la mesa con mi madre, pero hoy ya amaneció, y me toca partir de nuevo dejando
mi pueblo para llegar a la ciudad más cercana, luego viajar a otra más grande y
continuar hacia mi destino.
Veo todo
convulsionado, la gente corre de allá para acá, unos entran, otros salen y prosigo sin dejar de pensar en
las preguntas indiscretas de algunos militares en migración: ¿hacia dónde va?, ¿qué hace allá?, ¿por qué se
fue? Yo apenas les puedo responder mientras siento un nudo en la garganta. ¿Ustedes
creen que es fácil responder?, y mostrando todos mis documentos en regla en el país
que me adoptó como su hija les hago entender quién soy. Ellos me miran pero sus
ojos lo dicen todo… ¡otra que se va!,
y yo sin mover mis labios y con la misma mirada les respondo: “hace diez años que salí de mi país”,
agarro mi maleta y meto mis documentos en la carpeta para continuar y buscar la
puerta de embarque.
Detrás de mí
siento a una joven con un niño en los brazos a quien le dice: “tranquilo hijo que papá nos está esperando”, mientras tanto, mi
mirada se desplaza hacia la puerta de afuera donde están todos sus familiares
que en risa, llanto y un adiós gritan: “Johana,
Ricardito, les recordaremos siempre”.
En ese instante me
vi reflejada en aquel momento hace diez años cuando salí de mi país con un cúmulo de ilusiones, mucha incertidumbre
y en mi mente me preguntaba ¿cómo me iría en aquel país que me abría las
puertas?, mientras los gritos de mis hijos menores se sentían en ese largo
corredor y a quienes también en ese momento les dije: “tranquilos hijos que papá nos está esperando”.
Pero fue ayer
cuando la joven madre pronunció aquella frase, que entendí que estas eran las
palabras más fuertes y llenas de seguridad que podían brotar de nuestro corazón, mientras ocultábamos el gran miedo de atravesar
nuevos horizontes y dejar todo lo nuestro atrás.
En ese momento me quedé mirando hacia afuera, viendo el cielo azul y las aves que lo cruzaban, ya me correspondía entrar al avión, y al sentarme me tocó la ventana, como para que Dios me siguiera regalando tanta belleza, sin duda alguna de que ese era un verdadero paraíso, pude ver el sol que se preparaba para despedir el día bañando al mar de hermosos colores y volví a reafirmar lo que siempre he dicho: ¡Que hermoso es mi país!
Me imaginaba
estando de pie aún en aquella montaña de la que no me quería separar sintiendo
el perfume del mar… cuando fui interrumpida por el mensaje de prepararnos al
despegue y todas sus instrucciones para tener un feliz viaje. Así partía aquel monstruoso
aparato con muchas personas que además de su equipaje llevaban sus hermosos recuerdos,
dejando atrás nuestra nación, ¡la que nos
vio nacer y hoy nos ve partir! No sé si un hasta luego, no sé si hasta
nunca pero allí iban Johana y Ricardito, otros como ellos quizás, y quizás
otros como yo, que hacía tiempo ya se habían ido. Solo los asientos del avión sabrán
contar nuestras historias, cuando nuestras lágrimas hayan caído en ellos.
Al llegar a mi destino y montada
en el tren estaba una señora amable que me preguntó en otro idioma: ¿de dónde vienes?, y con mucho orgullo
le pude responder: ¡ich komme aus Venezuela!
(¡Yo vengo de Venezuela!), y el
rostro de aquella mujer lleno de alegría me respondió: ¡Venezuela ist schon! de lo que pude entender (¡Venezuela es hermosa!), y despidiéndola con un ¡danke! (gracias), bajé del tren para
llegar a mi destino, mientras buscaba mi carro y abriendo la puerta para entrar
y disponerme a llegar a casa grité fuertemente: ¡TE QUIERO VENEZUELA!, la tierra que te vio nacer y hoy te ve
partir.
Dedicado a todos
los venezolanos que nos encontramos en cualquier país del mundo fuera de
nuestra tierra, y a todos los que diariamente la dejan buscando otros
horizontes. Y a mi amada Venezuela que siempre estará esperando nuestro
regreso.
Alemania, 31 de
octubre del 2016.
Mary Jeanne
Sánchez autora del libro Caina Libertad
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